A
finales del siglo XVII fue la máquina de vapor. Esta vez, serán los
robots integrados en sistemas ciberfísicos los responsables de una
transformación radical. Los economistas le han puesto nombre: la cuarta
revolución industrial. Marcada por la convergencia de tecnologías
digitales, físicas y biológicas, anticipan que cambiará el mundo tal
como lo conocemos. ¿Suena muy radical? Es que, de cumplirse los
vaticinios, lo será. Y está ocurriendo, dicen, a gran escala y a toda
velocidad.
"Estamos
al borde de una revolución tecnológica que modificará fundamentalmente
la forma en que vivimos, trabajamos y nos relacionamos. En su escala,
alcance y complejidad, la transformación será distinta a cualquier cosa
que el género humano haya experimentado antes", vaticina Klaus Schwab,
autor del libro "La cuarta revolución industrial", publicado este año.
Los
"nuevos poderes" del cambio vendrán de la mano de la ingeniería
genética y las neurotecnologías, dos áreas que parecen crípticas y
lejanas para el ciudadano de a pie.
Pero las repercusiones impactarán en cómo somos y nos relacionamos hasta en los rincones más lejanos del planeta: la revolución afectará "el mercado del empleo, el futuro del trabajo, la desigualdad en el ingreso" y sus coletazos impactarán la seguridad geopolítica y los marcos éticos.
La fábrica automática y muy, muy inteligente
Entonces,
¿de qué se trata el cambio y por qué hay quienes creen que se trata de
una revolución? Lo importante, destacan los teóricos de la idea, es que
no se trata de desarrollos, sino del encuentro de esos
desarrollos. Y en ese sentido, representa un cambio de paradigma, en
lugar de un paso más en la carrera tecnológica frenética.
"La
cuarta revolución industrial no se define por un conjunto de
tecnologías emergentes en sí mismas, sino por la transición hacia nuevos
sistemas que están construidos sobre la infraestructura de la
revolución digital (anterior)", dice Schwab, que es director ejecutivo
del Foro Económico Mundial (WEF, por sus siglas en inglés) y uno de los
principales entusiastas de la "revolución".
"Hay tres razones por
las que las transformaciones actuales no representan una prolongación de
la tercera revolución industrial, sino la llegada de una distinta: la
velocidad, el alcance y el impacto en los sistemas. La velocidad de los
avances actuales no tiene precedentes en la historia. Y está
interfiriendo en casi todas las industrias de todos los países", apunta
el WEF.
También llamada 4.0, la revolución sigue a los otros tres
procesos históricos transformadores: la primera marcó el paso de la
producción manual a la mecanizada, entre 1760 y 1830; la segunda,
alrededor de 1850, trajo la electricidad y permitió la manufactura en
masa. Para la tercera hubo que esperar a mediados del siglo XX, con la
llegada de la electrónica y la tecnología de la información y las
telecomunicaciones.
Ahora, el cuarto giro trae consigo una
tendencia a la automatización total de la manufactura - su nombre
proviene, de hecho, de un proyecto de estrategia de alta tecnología del
gobierno de Alemania, sobre el que trabajan desde 2013 para llevar su
producción a una total independencia de la mano de obra humana.
La automatización corre por cuenta de sistemas ciberfísicos, hechos posibles por la internet de la cosas y el cloud computing
o computación en la nube. Los sistemas ciberfísicos, que combinan
maquinaria física y tangible con procesos digitales, son capaces de
tomar decisiones descentralizadas y de cooperar -entre ellos y con los
humanos- mediante la internet de las cosas.
Lo que veremos, dicen
los teóricos, es una "fábrica inteligente". Verdaderamente inteligente.
El principio básico es que las empresas podrán crear redes inteligentes
que podrán controlarse a sí mismas, a lo largo de toda la cadena de
valor.
Los guarismos económicos son impactantes: según calculó la
consultora Accenture en 2015, una versión a escala industrial de esta
revolución podría agregar US$14,2 billones a la economía mundial en los
próximos 15 años.
En el Foro de Davos, en enero de este año, hubo
un anticipo de lo que los académicos más entusiastas tienen en la cabeza
cuando hablan de Revolución 4.0: nanotecnologías, neurotecnologías,
robots, inteligencia artificial, biotecnología, sistemas de
almacenamiento de energía, drones e impresoras 3D serán sus artífices.
Pero
serán también los gestores de una de las premisas más controvertidas
del cambio: la cuarta revolución podría acabar con cinco millones de
puestos de trabajo en los 15 países más industrializados del mundo.
Revolución, ¿para quién?
Son
precisamente los países más avanzados los que encarnarán los cambios
con mayor rapidez, pero a la vez los expertos destacan que son las
economías emergentes las que podrán sacarle mayor beneficio.
La
cuarta revolución tiene el potencial de elevar los niveles de ingreso
globales y mejorar la calidad de vida de poblaciones enteras, apunta
Schwab, las mismas que se han beneficiado con la llegada del mundo
digital (y la posibilidad, por caso, de hacer pagos, escuchar música o
pedir un taxi desde un celular ubicuo y barato).
Sin embargo, el proceso de transformación sólo beneficiará a quienes sean capaces de innovar y adaptarse.
"El
futuro del empleo estará hecho de trabajos que no existen, en
industrias que usan tecnologías nuevas, en condiciones planetarias que
ningún ser humano jamás ha experimentado", resume David Ritter, CEO de
Greenpeace Australia/Pacífico, en una columna sobre la cuarta revolución
para el diario británico The Guardian.
Aunque los empresarios
parecen entusiasmados -más que intimidados- por la magnitud del reto: un
sondeo revela que 70% tiene expectativas positivas sobre la cuarta
revolución industrial. Así se desprende del último Barómetro Global de
Innovación, una medición que publica General Electric cada año y que
recoge opiniones de más de 4000 líderes y personas interesadas en las
transformaciones de 23 países.
Aunque la distribución regional es
desigual y son los mercados emergentes de Asia principalmente los que
están adoptando los cambios de manera más disruptiva que sus pares de
economías desarrolladas.
"Ser disruptivo es el estándar de oro
para ejecutivos y ciudadanos, pero sigue siendo un objetivo complicado
de llevar a la práctica", reconoce el estudio.
Los peligros del cibermodelo
Así, no todos ven el futuro con optimismo: los sondeos reflejan las preocupaciones de empresarios por el "darwinismo tecnológico", donde aquellos que no se adapten no lograrán sobrevivir.
Y
si ello ocurre a toda velocidad, como señalan los entusiastas de la
cuarta revolución, el efecto puede ser más devastador que el que generó a
su turno la tercera revolución.
"En el juego del desarrollo
tecnológico, siempre hay perdedores. Y una de las formas de inequidad
que más me preocupa es la de los valores. Hay un real riesgo de que la
élite tecnocrática vea todos los cambios que vienen como una
justificación de sus valores", le dice a BBC Mundo Elizabeth Garbee,
investigadora de la Escuela para el Futuro de la Innovación en la
Sociedad de la Universidad Estatal de Arizona (ASU).
"Ese tipo de
ideología limita gravemente las perspectivas que se traen a la mesa a la
hora de tomar decisiones (políticas), lo que a su vez exacerba la
inequidad que ya vemos en el mundo hoy", agrega.
"Dado que
mantener el status quo no es una opción, necesitamos un debate
fundamental sobre la forma y los objetivos de esta nueva economía",
apunta Ritter, que considera que debe haber un "debate democrático" en
torno a los cambios tecnológicos.
Por una parte, hay quienes
descreen que se trate de una cuarta revolución: es cierto que los
cambios son muchos y muy profundos, pero el concepto fue por primera vez
usado en 1940 (en un documento de una revista de Harvard titulado "La
última oportunidad de Estados Unidos", que pintaba un futuro sombrío por
el avance de la tecnología) y su uso representa una "pereza
intelectual", dice Garbee.
Otros, más pragmáticos, alertan que la
cuarta revolución no hará sino aumentar la desigualdad en el reparto del
ingreso y traerá consigo toda clase de dilemas de seguridad
geopolítica.
El mismo WEF reconoce que "los beneficios de la
apertura están en riesgo" por medidas proteccionistas, especialmente
barreras no tarifarias y normativas del comercio mundial, que se han
exacerbado desde la crisis financiera de 2007: un desafío que la cuarta
revolución deberá sortear si quiere entregar lo que promete.
"El
entusiasmo no es injustificado, estas tecnologías representan avances
asombrosos. Pero el entusiasmo no es excusa para la ingenuidad y la
historia está plagada de ejemplos de cómo la tecnología pasa por encima
de los marcos sociales, éticos y políticos que necesitamos para hacer
buen uso de ella", remata Garbee.