Eduardo Levy Yeyati/ LA NACION
Del
23 al 25 de junio me hospedé en los departamentos Gorki en el Mitte de
Berlín. Como mi hija pasaba por la ciudad, le mandé un WhatsApp con el
nombre del lugar para que googleara su ubicación. Bastó que ella tipeara
la palabra Gorki para que Google la invitara a hacer una reserva con
las fechas de mi itinerario.
En una popular charla TED, Juan Enríquez describe los rastros digitales que dejamos en la Web como un tatuaje electrónico permanente. Un archivo que, a diferencia del tatuaje, nos sobrevive y es visible a unos pocos brokers de datos (y a un número indefinido y creciente de hackers).
En su libro Future Crimes,
Marc Goodman cuenta que en Estados Unidos, más de dos tercios de los
abogados de divorcio usan las redes sociales como fuente (no es de
extrañar que la palabra "Facebook" aparezca en un tercio de los
expedientes de divorcio). "Si hay algo tuyo que no querés que se
conozca, probablemente no deberías estar haciéndolo", respondió en
diciembre de 2009 Eric Schmidt, CEO de Google, a la pregunta de un
periodista de la CNBC sobre los problemas de invasión de la privacidad
asociados al seguimiento, compilación y uso comercial de datos de
usuarios de la compañía. "La privacidad no es más la norma social",
coincide Mark Zuckerberg, CEO de Facebook, sancionando el nuevo
mandamiento digital.
Otro Schmidt, Wolfgang, ex jefe de la Stasi,
el servicio de inteligencia de Alemania Oriental, reconocía hace poco
que contar con Google o Facebook, o con la alianza Five Eyes entre
gobiernos y telefónicas revelada por Edward Snowden, "habría sido un
sueño hecho realidad". Mejor que en sus tiempos, cuando para auscultar
vidas privadas la Stasi podía "pinchar" apenas cuarenta teléfonos por
vez.
"En
la vida, las cosas más caras suelen ser gratis", advierte Goodman, en
referencia a la valiosa información que las redes extraen
inadvertidamente de sus usuarios. En la era de la publicidad, los
usuarios somos el producto.
Algo de esto se ventiló en el sainete
sobre AdBlock Plus, el bloqueador de Google. AdBlock hace un bloqueo
parcial que le permite a Google seleccionar una "lista blanca" de avisos
permitidos que, naturalmente, cobra más caro. Hace unos días, Facebook
anunció que cambiaba la manera de presentar los avisos en su sitio de
modo de burlar al AdBlock. Horas más tarde, AdBlock distribuyó una
actualización para bloquear los nuevos avisos de Facebook. Al día
siguiente, Facebook adaptó su sitio una vez más para evitar el bloqueo.
Más
allá de los argumentos de uno y otro lado invocando la libertad del
consumidor, sólo nuestros mecanismos naturales de defensa y negación
evitan que nos veamos como cobayos empujando la ruedita ante la atenta
mirada de los investigadores de mercado. Es que el rastreador de nuestra
huella digital es un voyeur activo que puede intervenir, difundir e incluso asumir nuestra identidad.
El
ludismo antidigital, igualmente, está condenado al fracaso: para la
mayoría de las personas, las ganancias de conectividad exceden con
creces los costos de la publicidad de los actos privados. En todo caso,
lo que la era de la publicidad nos pide es retomar el debate ético
esbozado en el Pacto de Derechos Civiles de las Naciones Unidas, que
reconoce que "nadie será objeto de injerencias arbitrarias o ilegales en
su vida privada". Los límites de estos derechos no deberían surgir del
duelo entre Facebook y Google, sino de un regulador público. La
innovación no precisa devorarse a sus presuntos beneficiarios.