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Taller de TIC aplicadas a la enseñanza
Blog de Profesor Mario Freschinaldi
//31 de Octubre, 2016

No hacen falta Pokémon, la realidad ya está aumentada

por mariof2005 a las 10:11, en INFORMACIÓN TECNOLÓGICA
Ariel Torres/La Nación

El otro día se cayó Gmail, Google, Maps, todo. Fue fuerte eso. La semana anterior hubo un ataque de denegación de servicio contra el proveedor de hospedaje DYN que dejó a un montón de gente en el hemisferio norte sin acceso a Twitter, Amazon y Netflix, por citar sólo tres. El embate había alcanzado casi 1 billón de bits por segundo; o sea, 1 terabit por segundo (Tbps). El miércoles, en un artículo que mete miedo, Dark Reading, un sitio de Information Week, dio a conocer la posibilidad de amplificar los ataques a "decenas de terabits por segundo". Eso causaría un desastre. Así que la cosa viene complicada.

Pero, en lugar de quemarme la cabeza con el tema de la seguridad -como suelo hacer, confieso-, estos días decidí ponerme a investigar alternativas. Alternativas a Internet, por supuesto. No es ninguna pavada, ojo. Sin que nos diéramos cuenta, la Red se nos ha metido hasta en la sopa. Literalmente. ¿O soy el único que cuando le toca hacer un platillo nuevo busca la receta en la Web?

Ya sé que no soy el primero en probar algo así. En 2012, Paul Miller se desconectó y pasó todo un año sin Internet. Ese muchacho tiene nervios de acero, y, por cierto, está bien lejos de mi ánimo el emular su proeza. Lo mío, estos días, fue más bien un Plan B. A ver si todavía esos vándalos terminan rompiendo Internet. ¿Cómo se sentiría eso?

Era sábado por la tarde y, no sin un cierto vacío en el estómago (¿o era un nudo en la garganta?), corté datos y Wi-Fi. "A ver qué pasa", pensé. Estaba solo, en el living de mi casa, y, vaya, ¡de pronto se hizo un silencio! Sin todas esas notificaciones y ronroneos. Igual, había un par de computadoras en la casa que seguían avisando de mails y mensajes de WhatsApp, de modo que el entorno conservaba cierto viso de normalidad. Normalidad geek, por supuesto. Pero ahora se oían los pájaros en el jardín e incluso el murmullo de las casuarinas, que se mecían en el viento allá en el fondo. Salí al aire libre.

Caramba, entre tanto ringtone, alerta, aviso, alarma y letrero había llegado la primavera y el jardín se encontraba repleto de flores. Las flores son esa parte de las plantas que, por lo general, ofrece un color llamativo -rojo, rosa, violeta, amarillo, algo muy fácil de distinguir- y tiende a formar racimos en los extremos de ramas y tallos. En ocasiones emanan un perfume muy agradable. De allí la máxima que aconseja tomarse un momento para oler el perfume de las flores. No es mala idea, pude confirmar. El aire estaba poblado de azares y rosas, unas rosas gordas e impenitentes que están justo delante del ventanal. Fui hasta la huerta. También habían florecido las radichetas y la rúculas del año pasado, así como la salvia y el perejil, que, la verdad, no es muy generoso en este rubro y concede tan sólo unos ramilletes escuálidos y aburridos. En cambio, el Callistemon, un enorme arbusto llamado vulgarmente Limpiatubos, exhibía tantas flores que temí que algún dron lo captara y quisieran cobrarme un impuesto por eso.

Hablando en serio, qué sujeto ese Callistemon. Cuando florece, se le suelta la cadena. El eucalipto, el clavo de olor y la pimienta de Cayena son sus parientes. Pero eso lo saqué de Wikipedia, no me aguanté. Enseguida volví a apagar Wi-Fi y me senté al sol a observar los pájaros. Donde vivo ahora hay tal variedad de volátiles que reíte de Avatar. Desde caranchos temibles y teros corajudos hasta unos verdecitos con bandas oscuras en los ojos cuyo nombre ignoro y que, al parecer, encuentran muy apetecible cuanto bicho se arrastraba por el pasto. Calculé, grosso modo, el peso de esos pajaritos, arranqué la calculadora en el teléfono (¿estaba haciendo trampa?) e hice un cálculo rápido. Llegué a la conclusión de que, sin ellos, en una semana el jardín herviría de grillos, hormigas, arañas lobo, lombrices, avispas, polillas, escarabajos, langostas, cigarras, moscones, abejorros y Dios sabe cuántas cosas más.

Me quedé un rato mirando el cielo (la parte de arriba de la realidad), descubrí que no conocía la mayoría de esas aves y se me ocurrió que estaría buena una app que identificara pájaros por medio del micrófono o la cámara. Mucho trabajo, pero les dejo la idea. Un momento, ¿y si ya existía algo así? No, no podía googlear, era la consigna.

Reconocer plantas es más fácil, desde que existe, hace años, Infojardín, en cuyos foros subís la foto de un vegetal y a los 5 minutos tenés la respuesta correcta. Esa gente es de verdad increíble. No me han fallado ni una sola vez.

Pero mi plan era ahora permanecer desconectado. Como experimento, insisto. De corazón, no creo para nada que esté bueno quedarse sin Internet. Es más, en un momento se me ocurrió la idea de dejar el celular en la mesita de luz y salir a dar una vuelta sin él. No, eso era demasiado. Y además, nadie me creería que me había atrevido a algo así; quiero decir, no podía usar el celular para subir una foto que atestiguara que estaba paseando sin celular. Para eso necesitaba el celular.

En fin, con el teléfono en el bolsillo, pero desconectado de Internet, gané la calle y vi que el sol empezaba a declinar. Lógico, hacia allá queda el oeste, pensé, recordando la brújula en mi smartphone (perdón, es la costumbre). Arranqué en dirección al norte, es decir con el atardecer a mi izquierda, y luego de unos 100 o 200 metros vi unas melaleucas en flor y les juro que no lo pude evitar, ya tenía el teléfono en la mano para sacarle una foto y subirla a Instagram. Hice stop a tiempo, guardé el celular y me acerqué al arbusto para mirarlo y nada más. Casi había olvidado lo bueno que era admirar una planta sin sentir la obligación de subir la foto a Internet. Me colgué así un rato largo. Hasta que salió un vecino, que, luego de observarme parado frente a sus parterres como en trance, me preguntó si se me había perdido algo. Lo dijo en ese tono que pone la gente que ya ha llamado a la policía.

-¿Son melaleucas, no? -le pregunté, para salir del paso.

-Sí -expectoró-, son melaleucas.

Sonreí, le di las gracias, saludé y me fui, haciendo como que contestaba unos mensajes en el celular. Porque si le decía "lo que pasa es que hace mucho que no miraba una planta sin sacarle fotos y subirlas a Instagram" seguro que mandaban al grupo Halcón.

Unos metros más adelante unos chicos habían dibujado una rayuela en el piso y durante un rato largo no pude dejar de pensar en el libro de Cortázar y en cómo se decía rayuela en inglés. Recordaba que era una palabra rara. La tenía en la punta de la lengua, y cuanto más pensaba, más me obsesionaba. Al final no pude más y la busqué en Wordreference. ¡Eso, hopscotch! Fue un alivio. Detesto tener palabras en la punta de la lengua. Es peor que acumular notificaciones de mensajes sin leer.

Volví a desconectarme de Internet, pero no lo bastante rápido como para evitar que cayeran 86 mensajes del grupo del barrio, 132 del otro grupo del barrio, los de 7 amigos, más 15 mails, 45 menciones en Twitter y media docena de likes en Instagram y Facebook.

Caminé un rato y el teléfono volvió a emitir un ringtone. ¿Por qué sonaba ahora si me había desconectado? Miré la pantallita. Me felicitaba porque había completado mi meta diaria de pasos. Bueno saberlo. También me decía lo que había caminado ayer, y anteayer y así hasta 2012, cuando compré este smartphone. A la alarmante estadística añadía un prolijo registro de mis recorridos, geolocalizado por GPS, la velocidad promedio, consumo de calorías y otra docena de parámetros. Yo, robot.

Me puse en marcha de nuevo, sintiéndome un poquito vigilado. Ahora bien, uno tiende a pasar por alto que estos entrometidos aparatitos son también teléfonos. Creo que la última vez que alguien me había llamado fue en abril, para venderme algún servicio. Ahora estaba sonando de nuevo. Atendí y recibí un enérgico rapapolvo porque no contestaba ningún mensaje. Ni SMS, ni WA, ni DM, ni FB, ni nada, que qué pasaba, que dónde estaba. Cierto, me había olvidado de que tenía una breve reunión ese día, y evalué una serie de excusas:

a) "Se ve que me quedé sin datos"

b) "Quería probar la vida sin Red"

c) "Estoy disfrutando el perfume de las flores"

Opté por la primera, que siempre resulta más verosímil.

-¿Y eso qué tiene que ver con los SMS? -observó mi interlocutor, agudo.

-Tenemos compañías diferentes, tu SMS va a llegar mañana a la mañana. Con suerte.

Cuando colgamos noté que el sol ya estaba sobre el horizonte. El espectáculo era magnífico. Re daba para una fotito. "Una sola, dale -suplicaba la Neurona del Mandato Social- Dale, dale -insistió-, y le ponemos un mensajito ecológicamente correcto, ¿sí?". Me conoce.

Pero me mantuve en mis trece y, cuando ya había dado una larga vuelta y estaba por llegar a casa, noté que aparecía el lucero del atardecer, es decir Venus, y me vino a la mente todo lo que había aprendido con apps como Mapa Estelar y Sky Map; llegué así a la conclusión de que si la astronomía fuera más popular, los anteojos inteligentes serían un golazo.

Se había hecho casi de noche. Al salir, me había olvidado de encender la luz del porche y ahora, en la penumbra, me costó un rato abrir la puerta. "¿Ves? -me dije-. Si tuviera luminarias inteligentes esto no pasaría". Imaginé algo sencillo, un script como el que tengo en el teléfono, que cuando se conecta al Bluetooth del auto lo pone en silencio, así no me vuelven loco las notificaciones.

Por fin, entré. En las computadoras las notificaciones seguían cayendo y el murmullo de la electrónica me resultó extrañamente tranquilizador. No tanto como el de las casuarinas, pero parecido. Prendí las luces interiores y me dispuse a concluir con el experimento, activando Wi-Fi y 4G. En ese preciso instante se cortó la luz. Los dos UPS se pusieron a hacer bip-bip cada 30 o 40 segundos, informando de tan fastidiosa, pero frecuente circunstancia. Saqué el teléfono y lo usé como linterna para encontrar las velas. Mientras las encendía, llegué a dos conclusiones. Aquí todavía tenemos problemas más serios que quedarnos sin Internet. Y, lo más importante, hace rato que la realidad está aumentada.

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Héctor Mario Freschinaldi

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En un mundo donde los cambios se suceden vertiginosamente, incluso los tecnológicos, es menester asimilar las nuevas tecnologías para su aplicación inmediata y a futuro.

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