De las Torres Gemelas a París, el mundo
aprendió que la vigilancia masiva no evita nuevos atentados. Pero ahora
enfrenta un nuevo dilema: cómo atrapar a criminales y mantener, a la
vez, los derechos digitales.

- Tras los atentados de París, el debate sobre los derechos de privacidad en internet se reabrió.
Por Natalia Zuazo
"El monitoreo total es inevitable. Esconderlo, mentir
sobre él, no lo es". Esta frase, que podría pertenecer a un militante de
la desobediencia civil, en realidad, es de Kevin Kelly, uno de los
cerebros que crearon la revista Wired en 1993. Kelly, hoy escritor y
pensador de las tecnologías, no es ningún outsider del sistema; es -al
contrario- el más moderno de todos. Y justamente por eso plantea que si
hoy queremos convivir en una sociedad monitoreada tecnológicamente desde
que abrimos hasta que cerramos los ojos (y aun cuando estamos soñando),
no tenemos otra opción que aprender a esconder nuestras acciones. Su
idea es sencilla: vivimos en un sistema de comonitoreo, donde
nuestras vidas son seguidas por empresas privadas (redes sociales, cada
sitio que visitamos) y gobiernos, y nosotros a su vez nos metemos en lo
que hacen los otros. ¿Cómo conservar entonces, en ese mundo, alguna
libertad o privacidad? Como buen optimista tecnológico, Kelly piensa que
la solución está en la tecnología: usar herramientas para esconder
nuestras acciones. Pero no lo piensa solo él, también lo dicen los más
militantes, como Julian Assange o Edward Snowden: en el mundo del
control, no queda otra que encargarnos personalmente de esconder algunas
acciones. Y, para ello, la gran arma con la que contamos es la
encriptación de nuestras comunicaciones.
EL CÓDIGO ENIGMA
Encriptar es el verbo de moda en los derechos digitales.
Pero su ciencia y su arte, la criptografía, es sin embargo una
tecnología muy antigua (su nombre, desde Grecia, significa "escritura
oculta"). Se usó en las guerras para evitar que el enemigo descifrara
los mensajes, y se usa, desde siempre, en las computadoras. La misión, también en los algoritmos y las operaciones electrónicas, es la misma: que
los mensajes se mantengan privados y solo puedan entenderlos quienes
estén autorizados para leerlos, accedan al código o a una clave. Y
como todo en internet son mensajes (compuestos por unos y ceros),
también todo puede cifrarse. La base de la seguridad en la Red es esa y
la de la privacidad también. Las compras online funcionan gracias a esos
sistemas de cifrado, los mails, las transacciones bancarias, los
cajeros, los mails y los mensajes.
Pero si la encriptación existe desde hace tanto tiempo,
¿por qué, entonces, estamos volviendo a prestarle atención? La razón es
sencilla y a la vez compleja (y muy importante). Con todos nuestros
datos en manos de una serie de grandes compañías a las que confiamos
nuestros mails e información personal de todo tipo, quienes hoy tienen la capacidad de cifrar y descifrar comunicaciones tienen un enorme poder. Lo dice Snowden cada vez que puede: aprendan a cifrar sus mails para que otros no puedan leerlos y protejan sus conversaciones, no solo si son activistas políticos o periodistas, háganlo porque es un derecho humano mantenerse privado.
¿Por qué Snowden insiste tanto con el tema? Porque tuvo
entre sus manos (y mostró al mundo) la comprobación de un dato
fundamental: esas compañías que dicen utilizar nuestros datos sin
compartirlos con otros (especialmente gobiernos), en realidad, tienen el
poder de colaborar con ellos, y a veces lo hacen. En los documentos que
reveló al mundo, el analista informático mostró que empresas como
Microsoft, Yahoo!, Facebook, AOL, Skype, YouTube y Apple habían
facilitado sus bases de datos de usuarios a la Agencia Nacional de
Seguridad (NSA), que los solicitaba bajo el Acta Patriótica para
encontrar terroristas y evitar un segundo atentado después de las Torres
Gemelas. El problema fue que Estados Unidos comenzó a recopilar no solo
datos de terroristas sino a espiar a todos, incluso a políticos y a
ciudadano de otros países. Por eso, la recomendación de Snowden y otros
activistas digitales es bien clara: cifremos todos nuestros mensajes, no
confiemos en que otros lo hagan porque a veces conspiran contra
nosotros.

- Con las revelaciones de Snowden, las empresas de tecnología crearon aplicaciones de mensajes encriptados.
POLICÍAS Y LADRONES
La tecnología puso más claro que nunca lo que ya
sabíamos: los gobiernos monitorean a sus ciudadanos, y a cada persona
que pisa su suelo. A veces, lo hacen cometiendo excesos, violando los
derechos de las personas. Sin embargo, existe también otro espionaje,
que es necesario: aquel que tiene el fin de detectar atentados, ayudar a
la seguridad, prevenir y resolver crímenes. Para este objetivo, la
tecnología también puede ayudar: las fuerzas de seguridad, agencias de
inteligencia y fiscales hoy trabajan con herramientas que les permiten
detectar a todo tipo de criminales por las huellas a través de la
tecnología. A través de procesos judiciales, en cada lugar del mundo,
jueces y fiscales solicitan a cada momento información de sus usuarios a
las empresas tecnológicas, que están obligadas a entregarla a la
Justicia. Aunque esto no siempre sucede fácilmente. Primero, porque
implica una cooperación entre agencias públicas y del Estado. Y segundo,
porque quienes cometen crímenes, desde los delitos online más comunes
(sustraer una contraseña y robar a un usuario) hasta atentados
terroristas con cientos de muertos, también pueden ocultar su identidad a
través de la tecnología.
Cuando el 13 de noviembre París ardió en una seguidilla
de atentados que dejaron 137 muertos y más de 400 heridos, el debate
volvió a abrirse: ¿Hasta dónde podemos interceptar las comunicaciones
electrónicas para atrapar a los terroristas? ¿Hasta dónde habían sido
aplicaciones de chat como Telegram, creada para proteger la privacidad,
refugio de los criminales para proteger sus comunicaciones? ¿Hasta
dónde se podían intervenir los datos de cualquier ciudadano para
encontrar a los conspiradores de la masacre? El primer ministro
británico, David Cameron, fue el que más lejos llegó: "Hay que erradicar
por completo el cifrado en la mensajería", dijo. El director de la CIA,
John Brennan, expresó su preocupación de que existen las herramientas
técnicas para investigar, pero otros instrumentos tecnológicos, como el
cifrado, impiden obtener la información. Los más extremos, como el
exdirector de la CIA Marcos Morell, apuntaron directamente a Snowden y
lo acusaron de facilitar el crecimiento de ISIS: según él, la comunidad
de inteligencia sufrió un boicot desde que, a partir de las revelaciones
del informático, las compañías de tecnología crearon aplicaciones de
comunicación encriptadas ante las preocupaciones de sus usuarios.
LO SEGURO Y LO PRIVADO
Ya conocemos la historia: ante el terrorismo, las
inteligencias estatales reclaman que tienen las manos atadas por leyes
que no les permiten investigar con libertad. Pero sucede que ahora el
mundo no solo tiene la experiencia de no haber prevenido atentados
posteriores al del 11 de septiembre, sino que las revelaciones de
Snowden no fueron en vano. Hoy, las grandes empresas de tecnología
también deben proteger sus negocios ante sus usuarios que, advertidos de
que sus datos pueden ser espiados, también les reclaman seguridad.
Podemos llamarlo "el marketing de la seguridad", pero ese efecto tuvo un
impacto positivo después de los atentados de París, porque las empresas
más importantes de Silicon Valley, con Apple, Google y Microsoft a la
cabeza, afirmaron en un comunicado conjunto: "Reducir la seguridad (de
la tecnología) con el fin de mejorar la seguridad (ciudadana)
simplemente no tiene sentido". En otras palabras, a lo que se negó el
gran poder de California fue a abrir "puertas traseras" o backdoors, es
decir, a dejar a los servicios una grieta en sus códigos para ver la
información de sus usuarios. Unos días antes, el propio The New York
Times, en su editorial, también se había pronunciado: "La vigilancia masiva no es la respuesta al terrorismo".
Del 11 de septiembre a París, el mundo aprendió algo: espiar a todos todo el tiempo no evita los crímenes.
Sin embargo, todavía no tenemos una solución para los delitos que sí pueden ser evitados.
"Tenemos la obligación de investigar y nos encontramos con obstáculos
como las comunicaciones encriptadas", dijo en una conferencia reciente
el fiscal especializado en cibercrimen Horacio Azzolin."Defiendo y uso
la encriptación, me he dedicado a la investigación de crímenes de lesa
humanidad, soy defensor de los derechos humanos y la privacidad, pero
también me encuentro con los límites a la investigación penal".
Así
de claro y complejo de resolver es el debate que nos espera, producto de
la tecnología y su impacto en dos derechos tan importantes como
difíciles de conciliar: la seguridad y la privacidad.