Una sociedad transparente,
información libre, control del poder, una vida más simple: la Web
anticipaba un mundo ideal que parece quedar cada vez más lejos
Ilustración: Josep Serra.
La
promesa era una sociedad transparente, con ciudadanos "empoderados",
información que circula libremente para todos por igual y redes sociales
como nuevos espacios de sociabilidad. La realidad más reciente nos
devuelve los sorpresivos resultados del Brexit y la elección
estadounidense; la "post-verdad" y los "hechos alternativos"; el
protagonismo político de los microclimas de Twitter y Facebook.
La
promesa era un mundo más seguro, donde el intercambio de información y
la comunicación horizontal favorecerían el control del poder y la
convivencia, en el que la vida se volvería más simple y relajada gracias
a la tecnología. Hoy, la brecha social, económica y cultural no deja de
profundizarse, crece la xenofobia y se afianzan los discursos
nacionalistas, los piratas informáticos son la nueva pesadilla global y
la ansiedad y la dependencia de los aparatos nos vuelven vulnerables.
En
sólo 25 años, Internet impregnó todos los órdenes de la vida, creó su
propia utopía y ahora parece estar contradiciéndola. ¿Se terminó el
romance con las posibilidades democratizadoras de la Red?
Quizás
una primera respuesta tenga que empezar por reconocer que, como con
casi todo en esta vida, suele haber una brecha entre lo ideal y lo real,
entre las expectativas detrás de una innovación tecnológica y lo que
ocurre después. Si algo terminamos de aprender en 2016, es que el
universo digital no es precisamente la excepción. Si el creador de
Internet, Tim Berners Lee, buscaba hacer posible una red de redes que
permitiera compartir información científica, esa posibilidad disparó un
sinfín de expectativas con respecto a esas posibilidades, muchas de las
cuales se frustraron o tomaron la dirección opuesta. ¿Cuánto de aquella
tecnoutopía se logró? ¿En qué medida nuestra percepción sobre el
potencial de la world wide web ha ido cambiando con el paso del tiempo?
"Internet
fue creada, antes de los billonarios y las apps, por personas formadas
en ciencia y tecnología, en su mayoría académicos relativamente jóvenes,
con un compromiso instintivo muy fuerte con el flujo libre de
información y el uso de computadoras para educación y ciencia.
Lógicamente, entonces, la promesa inicial de Internet era que levantaría
la cantidad y calidad de información a las que las personas tendrían
acceso, de manera gratuita y en un espíritu más académico y 'hobbista'
que comercial", reconoce Marcelo Rinesi, científico de datos freelance y
miembro del Instituto Baikal.
El
especialista sostiene que la brecha entre lo que debía ser y lo que es
no es infrecuente en el mundo de la tecnología: "Lo que pasó es lo que
siempre pasa: el efecto estructural y a largo plazo de una tecnología
tiene menos que ver con la intención de los inventores que con el deseo
de los usuarios y de quienes regulan o financian proyectos".
"Si
uno mira principalmente sitios de papers científicos y blogs de
investigadores -continúa-, la Internet que soñaban al principio sí
existe: lo que pasa es que también existe la Internet que no se les
ocurrió, y que es muchísimo más grande, simplemente porque hay muchísima
más gente que quiere otra cosa."
El optimismo generalizado que
despertaba Internet cuando era más que nada una promesa decantó también
en la creencia de que esa innovación sería capaz, por sí misma, de tener
un impacto social determinante. La tecnología, según este supuesto,
modificaría a la sociedad.
Beatriz Busaniche, presidenta de la
Fundación Vía Libre, sostiene que aquella creencia continúa bastante
vigente, aunque fue perdiendo intensidad a lo largo de la última década.
"El determinismo tecnoutópico hoy es permanentemente contrastado con la
realidad, ya sea en su vertiente optimista, la que sostiene que la
tecnología va a solucionar todos los problemas laborales, educativos,
políticos, económicos, o la pesimista, sostenida por la idea de que lo
que va a sobrevenir es una suerte de oscurantismo", asegura. Y pone como
ejemplo el caso de la pérdida de privacidad. "Es el ejemplo más
emblemático, ya que sus consecuencias negativas no son responsabilidad
de la tecnología en sí misma, sino de un modelo de negocio que se basa
en la pérdida de la privacidad. La tecnología es un medio, un
facilitador, pero lo que hay detrás es un sistema económico, político y
social que ha puesto la vida de las personas en el mercado", se lamenta
Busaniche.
Claro que la pérdida de privacidad y la vigilancia de
los ciudadanos es un temor de larga data, según puntualiza la
investigadora principal del Conicet Susana Finquelievich, quien recuerda
que ya en los años ochenta era una factor preocupante. A su entender,
las tecnologías de la información y la comunicación incrementaron de una
forma notable el poder de vigilancia en las últimas décadas del siglo
XX y en lo que va del XXI, generando un sinfín de tensiones sociales.
"Los
gobiernos reclaman el derecho de monitorear las actividades de los
ciudadanos y los residentes, argumentando cuestiones relacionadas con
seguridad y justicia. El ciudadano común, por otro lado, está cada vez
más consciente de que sus documentos de identidad, sus tarjetas de
crédito y hasta sus tarjetas de transporte, ni hablar de su
participación en redes sociales, se usan para seguir sus pasos, sus
tendencias de consumo, sus actividades y hasta sus preferencias
políticas", grafica Finquelievich, directora del Programa de Investigaciones sobre la Sociedad de la Información del Instituto Gino Germani (Facultad de Ciencias Sociales de la UBA) y autora del libro I-Polis. Ciudades en la era de Internet.
La
privacidad habría pasado a ser un concepto de museo, de acuerdo con
Silvio Waisbord, profesor de la Escuela de Medios y Asuntos Públicos de
la George Washington University. El especialista considera que para ser
miembros de una sociedad digital hay que renunciar a lo que se entendía
por privacidad. Y por cada ventaja que trae aparejado ser ciudadanos
digitales, podríamos enunciar una desventaja.
"Hoy cualquier
persona tiene mucho más acceso a información que el que tenía la élite
hace unos 30 años -ejemplifica-. Pero el hecho de que haya más acceso a
información no nos hace necesariamente personas más informadas, o parte
de un colectivo que entiende mejor o es más consciente de los problemas
del mundo. Los estudios no demuestran que haya contribuido a eso."
Wikipedia lo hizo
¿Cuáles
han sido, entonces, las principales ventajas de estar inmersos en una
vida digital? Todas las fuentes consultadas coinciden en una: el acceso a
bajo o nulo costo a todo tipo de conocimientos, de fuentes de
información y de datos.
"La promesa que mejor se desarrolló y
sigue vigente e instituida desde el punto de vista de lo social es la
democratización del conocimiento. Wikipedia es la realización de esa
promesa. Nos muestra una estructura organizada que permite combinar el
voluntariado con los medios digitales y eso cambia la estructura de la
sociedad", considera el sociólogo Alejandro Artopoulos, profesor de la
Universidad de San Andrés.
¿Una mayor accesibilidad al
conocimiento debería redundar en sociedades mejor educadas? No
necesariamente. Pero ya no se trataría de un problema eminentemente
tecnológico. "En el sistema educativo es en donde más se resiste el
avance de las TIC, sencillamente porque amenazan sus bases, o sus
fundamentos históricos. Si uno tiene un sistema educativo que reproduce
la estructura de una sociedad cerrada, introducir cambios o innovaciones
implica perder el control. Requiere un grado de madurez que no tiene
cualquier sistema educativo", se lamenta Artopoulos.
Volviendo a
las promesas que sí se pudieron cumplir, suele haber bastante consenso
respecto de que la censura se ha tornado más difícil; la información,
más accesible y la geografía, menos restrictiva. "No coincido con la
visión de que alguien mirando el celular durante una charla de amigos
está demostrando aislamiento social. Probablemente se está comunicando
con (o al menos viendo algo de) una persona por la que se está, al
menos, tan interesado como de las que tiene alrededor; Internet no nos
hace menos sociables, simplemente agrega nuevas opciones de comunicación
intermedias entre ?nada' y ?frente a frente', y resulta que para
muchísimas personas eso complementa muy bien las opciones que ya
tenían", opina Marcelo Rinesi.
Con él acuerda Waisbord: "Yo no
creo que, como decía Bauman, las redes sociales incrementen la soledad.
Para mí complejizan la vida en sociedad, así como la noción de identidad
personal. Se hace necesaria una suerte de management de la
persona pública, porque cuando tenemos presencia digital permanentemente
mandamos señales de quiénes somos o, al menos, de quiénes pensamos que
somos".
En cualquier caso, lo que es indudable -y quedó en
evidencia a lo largo del año último- es que las redes sociales son una
poderosa herramienta en términos políticos, económicos, e informativos.
"En
los años noventa se pensaba que el auge de Internet sería un factor
decisivo para que se acabara la ignorancia. Sin embargo, hoy es una
fuente inagotable de mitos y teorías conspirativas? amplificada por las
redes sociales. Por otra parte, así como podés acceder a la NASA o a
medios digitales de todo el mundo, las páginas que difunden
pseudociencia y el horóscopo continúan siendo mucho más leídas que
sitios que ofrecen análisis, profundidad y conocimiento", reconoce
Busaniche.
A medida que el rastreo y análisis de lo que ocurre en
las redes sociales se hace más sofisticado, otros fenómenos se hacen
visibles. Por ejemplo, que las conversaciones en ellas -lejos de
posibilitar diálogos entre posturas diferentes, que amplíen horizontes-
no suelen traspasar las fronteras de los micromundos de cada ciudadano.
En otras palabras, hablamos con los que piensan como nosotros. O, en
términos de comunicación política, se llega con mensajes a los
convencidos, del lado que sean.
Rinesi ve un problema social,
actual y creciente en la forma en que el acceso a la información, e
incluso la difusión de ciertas actividades comerciales, académicas y
políticas están convergiendo fuertemente en las redes sociales (y,
paralelamente, en los comentarios en los sitios).
"Es
absolutamente entendible porque es donde las personas ponen su interés y
su tiempo, pero una red social es, en el mejor de los casos, un modo
muy limitado de producir y acceder a información y análisis. La
definición de una sociedad democrática, ilustrada y empírica es que
siempre se votan gobiernos pero nunca se votan hechos. No descubrimos la
realidad mediante el intercambio de rumores, sino mediante la
observación organizada, el análisis técnico y el debate profundo y
estructurado, todas actividades para las que las redes sociales son no
sólo ineficientes, sino también contraproducentes", considera.
Pero,
a su entender, no todo el panorama es desalentador. "Desde un punto de
vista republicano, tener un medio con el que cierta información que
podría ser calificada como ?indeseable' para un gobierno se pueda
difundir de manera rápida y universal es una poderosa medida de
seguridad. Pero cuando se transforma en el mecanismo principal no sólo
de socialización sino también de intercambio de información política,
económica, ambiental (y en esto los mecanismos económicos de Internet,
con el tráfico como factor de viabilidad comercial, son relevantes), las
sociedades se vuelven terriblemente vulnerables a lo que en Estados
Unidos están llamando en estos días ?fake news.' En pocas
palabras, gana el que grita más fuerte y más seguido la mentira más
espectacular o que asuste más, y ésa no es la forma de tomar decisiones
de forma colectiva. Por ejemplo, elegir presidente", asegura.
Lo que queremos de Internet
En
cualquier caso, no habría que perder de vista que todo lo que ocurre en
el mundo digital es, en última instancia, la expresión de los intereses
y prioridades de una sociedad.
"Uno imaginaba que la sociedad
progresaría en términos éticos y morales pero nos encontramos ante una
regresión hacia un discurso pacato. Estoy un poco asustada con el
recrudecimiento de un conservadurismo moral que no se preveía. Que
estemos otra vez discutiendo la exhibición de un pezón femenino o que
las empresas que sostienen Facebook, Twitter o Instagram eliminen o
censuren imágenes de personas desnudas me parece preocupante y muy
peligroso", se alarma Busaniche quien, por otra parte, tampoco está muy
convencida acerca de que la promesa de una mayor democratización a
caballo de Internet se hubiera cumplido.
"Internet prometía
democratización y ésa fue la promesa menos cumplida -considera-. Porque
implicaba democratización en el sistema educativo, en el sistema de
riqueza, en el sostenimiento de lo público y social, en términos
económicos, cosas que Internet, por sí sola, nunca podría haber
cambiado. Lo que está ocurriendo es, más bien, todo lo contrario. El
mundo está cada vez más concentrado y se percibe cada vez más firme la
idea de frontera. La globalización se volvió una realidad para el mundo
de las finanzas pero no para las personas. La democratización fue la
promesa más falaz."
De todas formas, ya sea más o menos cerca de
nuestros sueños, Internet nos facilita la vida de infinitas maneras.
Como reconoce Rinesi, hace más fácil que sepamos lo que queremos saber,
escuchemos a quien queremos escuchar y digamos lo que queremos decir,
aunque en ocasiones no estemos del todo cómodos con lo que resulta que
queríamos saber, escuchar y decir. Tal vez, lo que hace falta sea un
gesto de adultez colectiva: reconocer que esto que hicimos con Internet,
y no lo que nos dijimos que haríamos, es realmente lo que queríamos
hacer.