Internet
Son
ecuaciones matemáticas que utilizan los motores de búsqueda y sitios en
la red. Cada vez que “googleamos” les damos información. Sin ellos no
podríamos resolver problemas esenciales. Pero también unifican nuestros
gustos culturales.
Los utiliza
Google y otros sitios para direccionarnos en cada búsqueda, los
servicios de emergencias para derivar nuestras llamadas, dictaminan las
recomendaciones de Amazon, indican las películas que nos pueden gustar
en Netflix, nos atienden cuando queremos protestar en las compañías de
servicios, señalan qué amigos tenemos que tener en Facebook o recomendar
en LinkedIn, hacen encuestas por teléfono, ofrecen ofertas de viajes o
máquinas de coser y si detectan nuestro interés nos suben los precios,
saben por dónde navegamos y nos van buscando para vendernos cualquier
cosa, nos ofrecen desde un retiro espiritual hasta una kalashnikov. Son
ecuaciones matemáticas que dominan nuestras vidas. Un algoritmo se puede
definir como una secuencia de instrucciones para resolver problemas y
dar respuestas. Una sucesión de números y letras inventadas por un
programador para cumplir una función determinada. Llegaron para resolver
en décimas de segundo muchos problemas que no podríamos solucionar de
otra manera. Otros creen que están homogeneizando nuestra cultura y
“determinan” los gustos de consumo. Cada vez que buscamos en Internet
algún tema que nos interesa, nos llevan generalmente a los mismos
resultados. Terminan ocultando información sin un propósito preciso
aunque los informáticos argumentan, con justicia, que “la culpa” no es
de los cálculos matemáticos sino de nosotros mismos. Nos encerramos en
nuestros gustos, nos comunicamos sólo con los que coincidimos, vemos
sólo lo que nos interesa. Nos cocinamos en nuestra propia salsa y los
algoritmos vinieron a ayudarnos en la preparación de la receta.
“La
informática no puede existir sin los algoritmos -tampoco la vida y el
universo tal cual lo definimos-, de hecho todos los procesos que ejecuta
una computadora son algoritmos, toda acción en un sistema informático
esta definida por algoritmos”, explica Juan Pablo Kutianski, un experto
en el tema que es responsable de la Tecnología Editorial de AGEA, la
empresa madre de Clarín. Y Ernesto Calvo de la Universidad de Maryland
ejemplifica la importancia de los algoritmos con su propia vida
cotidiana: “Nos influencian en forma extraordinaria. Vivo en Estados
Unidos y mi viaje diario al trabajo es ajustado por el tráfico reportado
en Google Maps; elijo nuevos lugares para comer mirando recomendaciones
en mi teléfono; realizo gran parte de mis estudios académicos
procesando millones de piezas de información en servidores de la
universidad; y muy pronto, posiblemente, sea llevado al trabajo por un
coche que no tenga que conducir. Todo eso está manejado por algoritmos”.

Computer
screens display the Facebook sign-in screen in this photo illustration
taken in Golden, Colorado, United States July 28, 2015. REUTERS/Rick
Wilking/File Photo computadoras con pantalla de inicio de facebook
redes sociales facebook
Otros piensan que los algoritmos, simplemente, nos llevan donde
nosotros queremos ir. “Componen una serie de innovaciones tecnológicas
que nos permiten hacer lo que queremos”, explica el psicólogo social
Jonathan Haidt, autor de “The Righteous Mind” (La mente correcta), un
libro fundamental sobre el tema. “Y una de las cosas que queremos es
pasar más tiempo con la gente que piensa como nosotros y menos con la
que es distinta. El efecto Facebook es el catalizador de una tendencia
que ya estaba entre nosotros. Buscamos la autocomplacencia y eso es lo
que el algoritmo nos da”. Los analistas aseguran que “la máquina” nos
devuelve una información que depende totalmente de las decisiones que
nosotros mismos tomamos. Y esto se amplifica en las redes. “La
tecnología facilita que nos conectemos con la gente que comparte
intereses en común y evitemos las interacciones con ideas diversas”,
explica Marc Dunkelman en su libro “The Vanishing Neighbor” (la
desaparición del vecino). “Construimos una serie de ecos de afirmación
perfectamente delineados que convierten la convicción en fervor, la
pasión en furia y los desacuerdos con la oposición en la satanización”,
escribe Frank Bruni de The New York Times. En suma, se trata del
tribalismo tan propio del ser humano que ahora encontró un terreno muy
fértil en Internet y al que los algoritmos le facilitaron el camino
mientras nos resuelven la vida en muchos otros sentidos
Esas fórmulas matemáticas podrían ser tomadas como una verdadera
receta para preparar un plato o como los protocolos que usan los médicos
para determinar los síntomas de una enfermedad. Sin ellos, por ejemplo,
no podríamos hoy ordenar el tráfico aéreo o distribuir libros a escala
global. Uno de los algoritmos más usados es el de Hans Luhn, un
investigador de la IBM que inventó un método para certificar las
tarjetas de crédito. Una vez que se colocan los 15 números, el algoritmo
revierte el orden, duplica cada segundo número y suma las fracciones
para llegar a una cifra divisible por diez. Si el resultado es el
correcto, la máquina nos valida la compra.
Mirá también: Las matemáticas como arma para combatir al terrorismo
Existe
una lista de los diez algoritmos que más influencian en nuestra vida
que fue elaborada por el futurista canadiense George Dvorsky, que ya es
parte de la Biblia informática. El primero, y muy lejos, en la lista es
el famoso algoritmo del PageRank de Google que determina el 62% de las
búsquedas en Internet que se hacen en el planeta. Tiene, incluso un
sinónimo: “googlear”. Da respuesta a casi todo. Y nos direcciona ante
cada duda que tenemos. El segundo es el lector de noticias de Facebook.
Más de mil millones de personas acceden a ese sitio para determinar sus
lecturas. Luego, está “cupido”, la fórmula matemática que busca parejas
en miles de sitios como Match.com y que son los de mayor crecimiento en
el ciberespacio. Luego, está el “Gran Hermano” de la NSA, la agencia de
inteligencia estadounidense, que recopila datos monitoreando llamadas de
teléfonos, correos, fotos, reconocimientos faciales, geolocalizaciones y
mucho más. En unos pocos segundos determina si uno es un potencial
terrorista. Más adelante aparecen los buscadores de sitios como Amazon o
Netflix que se manejan de acuerdo a nuestras búsquedas, determinan los
gustos y recomiendan (persiguen) lo que tenemos que ver, leer o
escuchar. Y no se utiliza la información del algoritmo sólo para vender.
La producción de Netflix, House of Cards, por ejemplo, se filmó en base
al comportamiento de los espectadores. La mayoría detenía las películas
alrededor de los veinte minutos de comenzada –presumiblemente para
servirse otro vaso de cerveza o ir al baño- y ante esto, los autores
armaron para el minuto 19 escenas de tal intensidad que nadie puede
abandonar el sillón. La sexta ecuación que influye en nuestras vidas es
la de Google Adwords, los avisos publicitarios que “casualmente” se
adaptan fantásticamente a lo que estábamos buscando y que aparecen en el
momento menos sospechado como un muñequito de Pokemon Go. En el séptimo
puesto está el algoritmo que maneja más dinero. Es el High Frequency
Market que se utiliza en el mundo de las transacciones económicas. El
75% de las apuestas en las bolsas del mundo están manejadas por este
algoritmo. En el octavo lugar aparece la compresión musical mp3 que
determina buena parte de lo que escuchamos por cualquier canal de
distribución. El noveno espacio es para el “crush” de IBM que está
siendo utilizado por las policías y servicios de inteligencia de todo el
mundo para “evaluar patrones delictivos”. Una investigación de la
revista Politico reveló que ese algoritmo tendía a enviar a la cárcel en
Estados Unidos a más negros e hispanos que blancos. Y por último,
Dvorsky coloca al “auto-tune”, un software creado para los estudios
sísmicos y que terminó influenciando a todos los bancos de sonido.
“Los
principales beneficios de estas nuevas tecnologías “algorítmicas” está
en su capacidad para lidiar con grandes cantidades de datos no
estructurados, como por ejemplo el lenguaje natural y el comportamiento
social. La revolución que comenzó hace menos de una década, en lo que se
denomina “aprendizaje profundo”, empieza ya a producir cambios
significativos en nuestra vida cotidiana, desde cómo lidiamos con el
tránsito hasta el modo en que interactuamos con los dispositivos
tecnológicos. Los grandes riesgos están en la capacidad de monitorear a
los individuos, tanto por parte del Estado como por parte de los
privados. Esto incluye la capacidad para detectar comportamientos “fuera
de orden” en el trabajo como también para acosar social y políticamente
a los individuos en la esfera pública”, explica el doctor Calvo desde
Maryland. Y Juan Pablo Kutianski lo coloca en un contexto más amplio:
“No podemos separar lo que es un verdadero sistema integrado por la
ciencia, la tecnología y la sociedad. Cualquier tecnología termina
convirtiéndose en una derivación de la vida y por lo tanto del propio
ser humano. Dependemos de la tecnología. Hasta hace un siglo, los
humanos vivíamos sin electricidad; hoy eso sería impensable. Ya nos
sucede lo mismo con las computadoras e Internet. Los algoritmos son como
un brazo. No nos preguntamos cómo funciona. Los usamos”.